Neste fim-de-semana, lembra-se, com tristeza, o aniversário de 20 anos do atentado contra a embaixada israelense em Buenos Aires. Foi o maior ato terrorista no continente até então. E ocorreu, bom lembrar, aqui ao lado, no país vizinho, no país irmão.
Passadas duas décadas, os culpados ainda não foram encontrados nem punidos. Dicilmente o serão. Há suspeitas sobre a extremistas islâmicos, e mesmo homens que ocupam posições importantes em países do Oriente Médio.
Além do lamento pelos mortos e feridos, o atentado de 17 de março de 1992 serve para lembrar que o terrorismo é algo mais próximo do que muitos queiram imaginar, admitir. Aconteceu, repito, muito perto de nós.
Ao ocupar posição de maior destaque internacional, o Brasil se torna alvo. Teremos aqui grandes eventos nos próximos anos e, como lembro sempre, ainda que não sejamos alvo, receberemos delegações e turistas de países que o são. Será que precisamos esperar que aconteça algo semelhante ao fatídico evento de 17 de marçco de 1992 para agirmos?
Una gran herida que no cicatrizó
Por Alberto Amato, Especial para ClarinMemoria – 17/03/12
Otra vez el horror, no.
A las 14.45 del 17 de marzo de 1992, cuando estalló la Embajada de Israel el país parecía lamer sus heridas, las viejas y las nuevas, en uno de esos raros momentos de paz que siguen a las catástrofes.
Había superado apenas la revelación de los crímenes de la dictadura luego del juicio a las juntas militares en 1985; intentaba borrar de la memoria los alzamientos carapintadas de 1987 y 1988, que llenaron al país de sangre y de ridículo; había padecido el ataque guerrillero al Regimiento 3 de La Tablada en enero de 1989 y había asistido, atónito y aturdido, a la debacle del gobierno de Alfonsín, a la hiperinflación y a los saqueos; había confiado en Carlos Menem y en su slogan facilongo y efectivo, “Síganme, no los voy a defraudar”, con las ansias de sosiego de un boxeador contra las cuerdas; había soportado, otra vez, una hiperinflación y un congelamiento de depósitos en enero de 1990 y disfrutaba ahora de un oasis en el desierto de su desesperación: la convertibilidad, consagrada por el ministro de Economía Domingo Cavallo, había sofrenado al monstruo de la inflación. Continuar lendo